La dualidad de la inspiración, la antimusa tomaba el control durante meses, pero la musa cogía un instante de flaqueza y entraba en el hueco que dejaba el corazón encogido.
El escritor se maravilla con la musa, su relación amor-odio por su creación conjunta, cada pequeño texto es hijo de un amor roto y rehecho, siendo así desafortunado en su vida, eterna, sin más remedio que existir por el desencanto encantador.
Y se da cuenta entonces de la antimusa, de lo que ella hace, de lo que ella provoca, de lo que la necesita y de lo fácil que la pierde.
Es ese momento en el que, el escritor, se queda pensando en qué le gusta más.
El niño reflexionaba sobre esto y cayó en algo:
Hay un equilibrio entre la musa y la antimusa, cualquiera se daría cuenta de esto. Pero llegó algo más lejos.
La misma antimusa y la misma musa cambian sus papeles, siendo la teórica antimusa la musa y proporcionando textos a aquel que le debía la tranquilidad. Y la musa volviéndose la antimusa y ocupando el espacio de la misma, envolviendo el corazón atacado por una y por otra.
Siendo así el corazón el centro de este yin yang, atacado por la musa que es, a veces, la antimusa, y protegido por la antimusa que, en otro tiempo, pudo ser la musa.
Y a esto le da las gracias El niño. Le gusta tener donde refugiarse siempre, le gusta tener la antimusa. Pero le gusta no poder quedarse en ese estado de confort y poder ser atacado por la que fue la antimusa para verse protegido por la que fue la musa y volver a refugiarse tras parir.
Porque después del parto uno merece un descanso.