martes, 3 de marzo de 2015

Las musas descubiertas

La antimusa se peleó con la musa. La musa con la antimusa. Eran el ying yang del escritor.

La dualidad de la inspiración, la antimusa tomaba el control durante meses, pero la musa cogía un instante de flaqueza y entraba en el hueco que dejaba el corazón encogido.

El escritor se maravilla con la musa, su relación amor-odio por su creación conjunta, cada pequeño texto es hijo de un amor roto y rehecho, siendo así desafortunado en su vida, eterna, sin más remedio que existir por el desencanto encantador.

Y se da cuenta entonces de la antimusa, de lo que ella hace, de lo que ella provoca, de lo que la necesita y de lo fácil que la pierde.

Es ese momento en el que, el escritor, se queda pensando en qué le gusta más.


El niño reflexionaba sobre esto  y cayó en algo:
Hay un equilibrio entre la musa y la antimusa, cualquiera se daría cuenta de esto. Pero llegó algo más lejos. 

La misma antimusa y la misma musa cambian sus papeles, siendo la teórica antimusa la musa y proporcionando textos a aquel que le debía la tranquilidad. Y la musa volviéndose la antimusa y ocupando el espacio de la misma, envolviendo el corazón atacado por una y por otra.

Siendo así el corazón el centro de este yin yang, atacado por la musa que es, a veces, la antimusa, y protegido por la antimusa que, en otro tiempo, pudo ser la musa.

Y a esto le da las gracias El niño. Le gusta tener donde refugiarse siempre, le gusta tener la antimusa. Pero le gusta no poder quedarse en ese estado de confort y poder ser atacado por la que fue la antimusa para verse protegido por la que fue la musa y volver a refugiarse tras parir. 

Porque después del parto uno merece un descanso.